De la infancia, el olor
del musgo en las acequias,
del barro, de las moras
y la extrema violencia de aprenderse.
Del mar, la última nota
de la última ola desplegada
antes de regresar y convencernos
de que no habrá sirenas.
De la noche, las leves veladuras
de un perfume italiano
todavía de moda.
De tu cuerpo, el aroma
de libro de aventuras
vuelto a leer;
pero también de adelfas
desoladas y ardiendo.
Huele a vida quemada.
Aurora Luque
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