
Cuando esta ciudad me deje de doler,
y yo deje de verla como la sala
de un hospital inhóspito y frío.
Cuando mi memoria se borre
con el barrido de una ola 
y tenga que descubrir otra vez
por qué nací en los cerros.
Cuando las calles de esta ciudad 
no sean los laberintos oscuros de hoy 
aunque los árboles estén amarillos 
y el sol no se descuelgue de su lugar.
Cuando me olvide que la risa y el llanto 
y mi lamento de animal herido 
respiraron casi a mismo ritmo 
en esta ciudad que es toda mía.
Cuando el tiempo me gire, 
para ser otra vez la niña con sombrero 
que corría buscando mariposas por la pampa.
Tal vez, entonces,
tome un bus y vuelva a Puerto Natales, 
como una desconocida
que después de cincuenta años,
vuelve a cruzar por la plaza,
sube por calle Valdivia,
y entra a la casa amarilla 
de los abuelos que nunca mueren.
Marcela Muñoz Molina
Foto: fotolog.com/zona_natalina
¡Lindo poema! la calle Valdivia, ¿es de Natales?
ResponderBorrarSi, muy lindo el poema. ¡Que gracia que tienes para tus entradas!. Un abrazo
ResponderBorrarEs hermoso este poema, lo he leído en voz alta, paladeándolo...me encantó!
ResponderBorrarUn abrazo
Qué maravilla de poema, Beatriz.
ResponderBorrarHay noticias de los Guanacos en mi blog. Besos
hola:
ResponderBorrarMuy buen poema, y la fotografía también.
Saludos
QUE HERMOSA REMEMBRANZA, EL AIRE TAMBIEN DEBE TENER UN SABOR FRESCO Y DULCE ALLÍ.
ResponderBorrarSALUDOS