(...) Todas las infancias de mi infancia tienen sabor de pan.
Y no sólo la infancia. Si aplico un bisturí preciso al tejido emotivo de mi cotidianidad, el pan siempre está presente. Lo está cuando la casa tiene su olor, y el pan reina en la mesa que preparamos en las mañanas de nuestros domingos de familia.
El olor del pan, resumen de todos los olores de la vida.
El pan bien hecho y la panadería de toda la vida, y los panaderos que se han educado en el olor del pan que hacía el padre, y la calle en la que están desde siempre, y las personas que compran el pan que aún conserva el olor, son los que construyen ciudad, allí donde otros sólo forman estadística.
Son los que forman la palabra convivencia, allí donde siempre “vecinea” la masa.
Briznas de poesía en mundos de prosa densa y fatigante. Fragmentos de belleza, en un mundo bastante feo.
El pan, el pan bien hecho, el pan con carga emotiva, memorística, el pan capaz de devolvernos el olor de la infancia, y recordarnos el sentido de las cosas, no tiene precio.
Por eso elevo esta oda al pan, convencida de hacer una oda a la belleza.
Pilar Rahola
Panadería Española en la calle Sarmiento de mi ciudad