martes, 27 de julio de 2021

El círculo




 Es la hora

Abrázate en paz

Tienes toda la noche

por delante. 

Busca en la selva

dentro de ti

un lugar inaccesible.

Duerme tranquilo,

cada sueño es un pétalo

que cae sobre la tierra.

Pasa con lentitud

la última página.

Cierra el libro.


Alfredo Buxán

Buchholz



martes, 6 de julio de 2021

Jardín de Luxemburgo

 


Las casas de París no temen al viento ni a la

imaginación
(son sólidos pisapapeles,
el contrapeso de los sueños).

En el río compiten barcos blancos llenos de una
multitud
que reclama un saludo de los que están en la orilla;
esa multitud está de un humor excelente y liquida el
pasado.

De un taxi sale una pareja de turistas ricos
con ropas brillantes; los esperan camareros
con unas levitas que la moda no ha transformado.

Mientras, el Jardín de Luxemburgo empieza a vaciarse
y se transforma en un gigantesco herbario silencioso;

no recuerda a todos los que pasaron
por sus caminos sin percibir que ya no vivían.

Aquí vivió Mickiewicz, y allí August Strindberg
trabajó en la piedra filosofal
que no llegó a encontrar.

Está anocheciendo, viene una noche seria por el este,
recelosa y taciturna.
La noche viene de Asia y no hace preguntas.
Qué bello es lo extraño, qué fría la felicidad.

Se encienden luces amarillas en las ventanas sobre el
Sena
(he aquí algo realmente misterioso: la vida
de otras personas).

Lo sé, en esta ciudad ya no existe el secreto.
Pero existen los plátanos, las plazas y los cafés,
las calles afectuosas
y la mirada clara de las nubes que se va apagando
lentamente.

Zagajewski

domingo, 4 de julio de 2021

Sube muchacha



Sube, muchacha. 

Es el último viaje de la noche. 

Tengo las manos llenas de ciudad callada. 

Atrás quedaron tangos, bandoneones, 

clientes del amor y copa cara. 

Quedó ese ruin motivo de la vida para gastarla. 

Tengo un látigo atroz que a nadie pega. 

Sube, muchacha. 

Atrás quedaron súplicas, promesas, historias desveladas,

cigarrillos fumados tango a tango, recuerdos sin palabras

y rostros amplios de deseos y manos calentadas. 

Quedó la charla inútil con gardeles, 

con ferreyras, con leguisamos -¡siempre!- 

y las caras infladas de negocios muy redondos al borde de unas vacas. 

Tengo un coche muy pobre y con capota. 

Sube muchacha. 

Tu cadera se da a los marineros, 

a los que juegan a tres bandas, 

a los esposos crueles y cristianos,

a los pobres de amor y a los de plata. 

Se dan en turbios rincones oportunos, 

o en sitios con lámparas de pie y porcelanas, 

o en lugares de nadie, o en una simple plaza. 

Tengo un caballo flaco, a lo quijote. 

Sube, muchacha. 

Pero cuando te diste, diste todo. 

Tu cretona, tu sensación de rosa 

y tu frustrada sensación de espina. 

Diste el reír, el cuerpo y la mirada. 

Tengo, también, alguna larga calle con faroles 

y el adoquín con luna en esquina pisoteada. 

Te vio crecer cierto fondín del barrio 

que transpiraba vinos y cebollas. 

Tu cama tenía por dosel las culpas de los otros

y llorabas muy bien lo que llorabas. 

¿Fue por Dock Sur? ¿O fue en San Telmo? 

¿O fue en Boedo, o en la Boca, o en Tablada? 

Nadie te puede averiguar la zona. 

Se sabe que fue un barrio. Casi nada. 

Tengo, además, el pulso firme del auriga 

y un viejo amor por todo lo que amarga. 

Me duele tu regreso como me duele sorprender 

a un pájaro amanecido en una jaula. 

Dame esa tristeza propia de los seres que se acuestan, 

azules, de mañana y toma el látigo y las riendas 

para el último viaje por la ciudad callada. 

Tengo un pequeño corazón de estaño 

dispuesto a sollozar. 

Sube, muchacha.


Mario Jorge de Lellis

Pintura:Fabián Pérez

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