sábado, 1 de marzo de 2014

La Gioconda



Pulcra fue aquí la luz; un golpe de pétalos acaso.
La eternidad, el abrigo de sus desvelos.
Su único recuerdo, el Renacimiento.
Y circular y en ascenso como una espera,
Heladamente cálida, sonriendo apenas: la
Gioconda.
Detrás un paisaje de espejismos como custodia.
Arriba, sobre París, erguidas criaturas en acecho,
Y se oyó puro, rosa y gris, al silencio.
Su contenida delicia.
Sin embargo, no entendíamos qué le impedía llorar,
Qué verdad,
Qué sentido buscaba para decir esa sonrisa,
Interminable, abierta, amanecida.
Y en el Louvre
Y olvidado de su progenitura
Y lejos de todo desprendimiento, Leonardo,
Y esa sonrisa común, cerrada, oscura,
Definitiva, nuestra.

                               Alfredo Veiravé

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