jueves, 21 de junio de 2018

Bodas de oro



Seguro que una vez fueron distintos,
fuego y agua, se distinguían violentamente,
se robaban y obsequiaban
en el deseo, en el asalto a la no semejanza.
Abrazados, se apropiaron y expropiaron
tanto tiempo
que en sus brazos sólo quedó un aire
transparente, después de que volaran los relámpagos.
Un día, la respuesta llegó antes que la pregunta.
Una noche, adivinaron la expresión de sus ojos
por el tipo de silencio, en la oscuridad.
El sexo se difumina, los secretos se marchitan,
las diferencias se encuentran en las semejanzas
como en el blanco todos los colores.
¿Cuál de ellos es doble y quién falta aquí?
¿Quién sonríe con dos sonrisas?
¿La voz de quién suena a dos voces?
¿En qué sentimiento se inclinan las cabezas?
¿De quién es el gesto que lleva las cucharas a la boca?
¿Quién le arrancó la piel a quién aquí?
¿Quién vive aquí y quién ha muerto
enredado en las líneas de la mano de quién?
Lentamente, de mirar fijamente nacen gemelos.
La familiaridad es la mejor de las madres:
no favorece a ninguno de sus hijos
y apenas si recuerda quién es quién.
En sus bodas de oro, en ese día solemne,
una paloma, vista idénticamente, se posó en la ventana.

Wisława Szymborska
Hockney

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