Camina hacia la casa de la infancia
midiendo cada paso. No puede verle nadie
porque el polvo se extingue con los años
y sólo queda el hondísimo rasguño
de la felicidad en el alma desarmada
de quien se acerca a la orilla
con el fervor intacto de los primeros años.
Un hombre solitario bajo la luna llena
parado ante un paisaje que no existe
para el resto del mundo.
Abre el portón
con lentitud, como ha hecho siempre.
Se detiene en el umbral ya casi sin aliento.
Como si no quisiera desvelar el misterio
o alborotar la paz de los que duermen.
Alfredo Buxán
Mi casa de la infancia en la isla Tierra del Fuego