Sube, muchacha.
Es el último viaje de la noche.
Tengo las manos llenas de ciudad callada.
Atrás quedaron tangos, bandoneones,
clientes del amor y copa cara.
Quedó ese ruin motivo de la vida
para gastarla.
Tengo un látigo atroz que a nadie pega.
Sube, muchacha.
Atrás quedaron súplicas, promesas,
historias desveladas,
cigarrillos fumados tango a tango,
recuerdos sin palabras
y rostros amplios de deseos
y manos calentadas.
Quedó la charla inútil con gardeles,
con ferreyras,
con leguisamos -¡siempre!-
y las caras
infladas de negocios muy redondos
al borde de unas vacas.
Tengo un coche muy pobre y con capota.
Sube muchacha.
Tu cadera se da a los marineros,
a los que juegan a tres bandas,
a los esposos crueles y cristianos,
a los pobres de amor y a los de plata.
Se dan en turbios rincones oportunos,
o en sitios con lámparas de pie y porcelanas,
o en lugares de nadie, o en una simple plaza.
Tengo un caballo flaco, a lo quijote.
Sube, muchacha.
Pero cuando te diste, diste todo.
Tu cretona, tu sensación de rosa
y tu frustrada
sensación de espina.
Diste el reír, el cuerpo y la mirada.
Tengo, también, alguna larga calle con faroles
y el adoquín con luna en esquina pisoteada.
Te vio crecer cierto fondín del barrio
que transpiraba vinos y cebollas.
Tu cama
tenía por dosel las culpas de los otros
y llorabas muy bien lo que llorabas.
¿Fue por Dock Sur? ¿O fue en San Telmo?
¿O fue en Boedo, o en la Boca, o en Tablada?
Nadie te puede averiguar la zona.
Se sabe que fue un barrio. Casi nada.
Tengo, además, el pulso firme del auriga
y un viejo amor por todo lo que amarga.
Me duele tu regreso como me duele sorprender
a un pájaro
amanecido en una jaula.
Dame esa tristeza propia de los seres
que se acuestan,
azules, de mañana
y toma el látigo y las riendas
para el último viaje por la ciudad callada.
Tengo un pequeño corazón de estaño
dispuesto a sollozar.
Sube, muchacha.
Mario Jorge de Lellis
Pintura:Fabián Pérez