En la mesa de al lado,
un jardín de señoras en domingo
abonadas al orden del murmullo
y del té con limón,
en un café de invierno por la tarde.
Se quejan de los tiempos,
beben, fuman,
discuten sus secretos,
asienten con sonrisas...
Y de pronto se paran a mirarte.
Despreocupada cuentas
-y en el local tu voz es como el sable
que hiere al enemigo-
una historia de cama
con detalles expertos,
una manera de sentir la vida
que penetra y disuelve
la luz de iglesia,
la humillación del frío
en las rodillas,
los cajones cerrados
y las fotos de boda.
Cierto tipo de gente sufre
de los inviernos en los ojos,
conoce las heladas que pasan
por debajo de una puerta,
una puerta de alcoba,
allí donde la noche siempre
tiene olor de espera inútil,
y después de la espera
se aceptan las mentiras,
y después el silencio.
Nada dejan los años
en la mesa de al lado,
sino un murmullo que envejece
y una sombra
que cruza por los labios
como una cicatriz, un rencor
en la piel de la conciencia.
Tu voz es alta y joven,
va vestida de fiesta
y cuando se desnuda
hace que el sol de invierno,
conmovido,
se detenga un instante
para apoyar la frente
sobre los ventanales del café.
un jardín de señoras en domingo
abonadas al orden del murmullo
y del té con limón,
en un café de invierno por la tarde.
Se quejan de los tiempos,
beben, fuman,
discuten sus secretos,
asienten con sonrisas...
Y de pronto se paran a mirarte.
Despreocupada cuentas
-y en el local tu voz es como el sable
que hiere al enemigo-
una historia de cama
con detalles expertos,
una manera de sentir la vida
que penetra y disuelve
la luz de iglesia,
la humillación del frío
en las rodillas,
los cajones cerrados
y las fotos de boda.
Cierto tipo de gente sufre
de los inviernos en los ojos,
conoce las heladas que pasan
por debajo de una puerta,
una puerta de alcoba,
allí donde la noche siempre
tiene olor de espera inútil,
y después de la espera
se aceptan las mentiras,
y después el silencio.
Nada dejan los años
en la mesa de al lado,
sino un murmullo que envejece
y una sombra
que cruza por los labios
como una cicatriz, un rencor
en la piel de la conciencia.
Tu voz es alta y joven,
va vestida de fiesta
y cuando se desnuda
hace que el sol de invierno,
conmovido,
se detenga un instante
para apoyar la frente
sobre los ventanales del café.
Luis García Montero
Pintura: Plutenko
4 comentarios:
Genial L.G.Montero, un poema para reflexionar sobre muchas cosas y lo relativo de nuestra vida.
Un abrazo querida Beatriz.
Impertinencias de juventud quizás?
Pero la vida es tan absurda a veces.
Los abandonos no son cuestión de edad más bien de desesperanza.
Qué buenas impertinencias!
Impertinencias que sonrojan hasta "el sol de invierno conmovido en los ventanales del café"....
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