Por si no
amaneciera
mañana, que la casa
no parezca vacía;
que todo continúe como al borde
de suceder; no olvides
llenar las copas, como si el vino fuese
una última forma de esperanza.
Y ahí, sobre el mantel, recién partido,
deja también el pan
para que haya un olor a espigas altas
o para que parezca
que hay cosas que aún podrían compartirse sin prisa.
Deja algún libro abierto en cualquier sitio,
Como si fueras a volver muy pronto;
que parezca que todo se ha quedado esperándote.
Que no note la muerte cuando llegue
que en esta casa ya
no vive nadie. Deja
abierta una ventana para que salgan todas
las sombras que vivieron
contigo y para que entre
el ruido de la calle,
el ruido ajeno de la vida;
y trata
de dejar descorridos los visillos
para que así mañana (si amanece),
cuando entre la luz, te reconozca.
Que en tu muerte no haya
Esa misma intemperie que hubo siempre en tu vida.
Guarda en algún espejo
tu mirada y un poco de esa lumbre
que ya no habrá en tus ojos
mañana; y guarda dentro de un cuaderno
el ascua viva de tu tacto. Deja
encendida una vela, o al menos una lámpara,
por si acaso la noche
durara demasiado.
Deja regado un tiesto junto a ti
Porque tal vez conviene
que, cuando ella se acerque, haya en la casa
mañana, que la casa
no parezca vacía;
que todo continúe como al borde
de suceder; no olvides
llenar las copas, como si el vino fuese
una última forma de esperanza.
Y ahí, sobre el mantel, recién partido,
deja también el pan
para que haya un olor a espigas altas
o para que parezca
que hay cosas que aún podrían compartirse sin prisa.
Deja algún libro abierto en cualquier sitio,
Como si fueras a volver muy pronto;
que parezca que todo se ha quedado esperándote.
Que no note la muerte cuando llegue
que en esta casa ya
no vive nadie. Deja
abierta una ventana para que salgan todas
las sombras que vivieron
contigo y para que entre
el ruido de la calle,
el ruido ajeno de la vida;
y trata
de dejar descorridos los visillos
para que así mañana (si amanece),
cuando entre la luz, te reconozca.
Que en tu muerte no haya
Esa misma intemperie que hubo siempre en tu vida.
Guarda en algún espejo
tu mirada y un poco de esa lumbre
que ya no habrá en tus ojos
mañana; y guarda dentro de un cuaderno
el ascua viva de tu tacto. Deja
encendida una vela, o al menos una lámpara,
por si acaso la noche
durara demasiado.
Deja regado un tiesto junto a ti
Porque tal vez conviene
que, cuando ella se acerque, haya en la casa
algo que esté creciendo todavía.
Que al abrir los armarios,
siga todo en su sitio,
que siga intacto el tiempo y el perfume;
que tus ropas no sepan que las has condenado
a ser un hueco donde ya tu cuerpo
tendrá las dimensiones exactas de la ausencia.
Que no sepan tus cosas
que no las necesitas (aunque tardes
demasiado en volver), que no comprendan
que has estrenado la palabra nunca.
Déjalo todo como si esta noche
no fuera a ser la última. No olvides
dejar un libro abierto en cualquier página.
Y deja en los cajones, bien guardado,
lo que no has de llevarte: el limpio aroma
del membrillo, algún verso, aquellos oros
maternales del trigo, y tantos nombres
sin tachar en tu agenda, tantas voces
que aún mañana seguirán llamándote.
Y en un estuche guarda
tu voz, guarda tu aliento
con la última palabra que pronuncies.
Y deja tu ventana bien abierta
para que así mañana la luz te reconozca,
aunque ya sólo seas
un cuerpo roto, un cuerpo sin memoria y con frío;
para que así mañana (si amanece)
siga entrando por ella –aunque tú no lo oigas-
todo ese ruido extraño
y ajeno de la vida.
Que al abrir los armarios,
siga todo en su sitio,
que siga intacto el tiempo y el perfume;
que tus ropas no sepan que las has condenado
a ser un hueco donde ya tu cuerpo
tendrá las dimensiones exactas de la ausencia.
Que no sepan tus cosas
que no las necesitas (aunque tardes
demasiado en volver), que no comprendan
que has estrenado la palabra nunca.
Déjalo todo como si esta noche
no fuera a ser la última. No olvides
dejar un libro abierto en cualquier página.
Y deja en los cajones, bien guardado,
lo que no has de llevarte: el limpio aroma
del membrillo, algún verso, aquellos oros
maternales del trigo, y tantos nombres
sin tachar en tu agenda, tantas voces
que aún mañana seguirán llamándote.
Y en un estuche guarda
tu voz, guarda tu aliento
con la última palabra que pronuncies.
Y deja tu ventana bien abierta
para que así mañana la luz te reconozca,
aunque ya sólo seas
un cuerpo roto, un cuerpo sin memoria y con frío;
para que así mañana (si amanece)
siga entrando por ella –aunque tú no lo oigas-
todo ese ruido extraño
y ajeno de la vida.
Pedro A. González Moreno
Pintura: Heye Alphonse
3 comentarios:
Esto me desgarra ,es la casa de mi madre.....
Dice mi marido que todavía le parece que desde algún lado mi madre y mi tía vienen a contarle las novedades del pueblo.....
Creo que Ana María tiene razón. Es un poema desgarrador...
Buen fin de semana Beatriz
Gracias amigas, así lo he entendido yo también.
Feliz fin de semana.
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