lunes, 30 de marzo de 2015

Algo en ella



Algo en ella

como de semilla floreciendo,

y cierta hostilidad (de amante de las grietas)

a ser besada por el cielo

la hacía incomprensible para mí

y bella de remate.

Tan solo ver sus ojos

esos verdes riachuelos que miraban hacia abajo

(siempre negada al firmamento

porque de allí abajo

le atraían las lujuriosas criaturas)

-esos ojos-

chorreando raudos

por la ladera de su escote

donde dos pájaros hacían nido;

y de solo mirar -ese frío verde-
me sumía en un sueño
que me mantenía despierto.
Me preguntarán ¿por qué?
si no era necesario.
Siguiendo un ritual propio
diré que escasean los hombres
dispuestos a besar la boca de un abismo.
Su presencia, tan asombrosa
como un gesto de ternura en caída libre,
y tan lejana
que a ciencia cierta nada se sabía de ella,
hacía de mí
un lamer antiguo del cielo,
que de todo lo imposible se enamora,
y con lluvia de soles
embaraza a la hembra más profunda.
Aún sin saberlo, era
una recolectora de palabras,
su femineidad la delataba.
Y aunque leal a la tierra orgullosa
sus pezones se hacían evidentes
apenas con el viento.
Después de todo
matar de amor
matarse de amor
matarnos de amor
era su señal, su gesto de libertad,
anunciando la sed y la niebla.
-Estás muerto ya mi cielo- me dijo.
Cuando al caer en mis brazos
sus jaulas reventaron.
Arriesgaba cada borde de mi vida
para que me diera un secreto,
ese secreto que no se le cuenta a nadie
porque nadie lo creería.
-Hay lugares grandiosos,
para el que sabe mirar pequeño
y asombrarse – le confesé desde
el caos primitivo,
y no le di tiempo a nada.
Yo ya venía hechizado
estaba allí desde antes
y era mi voz sin aviso
una fiebre de galaxias.
Mauricio Escribano
Annick Bouvattier
Macriban.

1 comentario:

Rosa dijo...

Muy buen poema, para pensar; voy a conocer más, no conozco al poeta, aunque sé, que siempre que busco, los poemas que más me llegan los encuentro contigo, como Peredo y tantos...

Un beso, querida Beatriz.

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