Prendida a su cuello de madera blanca,
la crin se deshoja, sucia y desteñida.
Ha perdido el brillo su mirada de agua
y falta en su hocico la aureola amarilla.
Entre los estribos oxidados de alba,
de rocíos calmos, de calmas lloviznas,
su vientre redondo, con cierta elegancia,
cuelga todavía y es aún su cola
la espiga trenzada que flameaba
al aire las tardes de brisa.
Creo que lo arriaron en una mañana,
al cruzar un charco, orejas erguidas
y desde ese día, cabalga, cabalga
con seis compañeros entre la neblina.
¡Ay, si hemos corrido…! Esta vida gira
mucho más aprisa que aquella manada.
Ahí va mi caballo… ¿Me conocería?
Aún salta tan niño como yo saltaba.
Un amor furtivo le ha puesto la marca
de dos corazones sobre una rodilla;
por eso ahora todos en círculo marchan,
mirándose siempre, por si los lastiman.
Les han puesto un toldo de rojiza chapa
y un corral de espinas… Y un cartel
que a veces se ve en noches claras,
al iluminarse las gotas que giran
después de las lluvias en las telarañas.
Un cartel que dice: “Lo siento. No pases.
Aquí sólo entran criaturas y hadas”.
Carlos Marianidisla crin se deshoja, sucia y desteñida.
Ha perdido el brillo su mirada de agua
y falta en su hocico la aureola amarilla.
Entre los estribos oxidados de alba,
de rocíos calmos, de calmas lloviznas,
su vientre redondo, con cierta elegancia,
cuelga todavía y es aún su cola
la espiga trenzada que flameaba
al aire las tardes de brisa.
Creo que lo arriaron en una mañana,
al cruzar un charco, orejas erguidas
y desde ese día, cabalga, cabalga
con seis compañeros entre la neblina.
¡Ay, si hemos corrido…! Esta vida gira
mucho más aprisa que aquella manada.
Ahí va mi caballo… ¿Me conocería?
Aún salta tan niño como yo saltaba.
Un amor furtivo le ha puesto la marca
de dos corazones sobre una rodilla;
por eso ahora todos en círculo marchan,
mirándose siempre, por si los lastiman.
Les han puesto un toldo de rojiza chapa
y un corral de espinas… Y un cartel
que a veces se ve en noches claras,
al iluminarse las gotas que giran
después de las lluvias en las telarañas.
Un cartel que dice: “Lo siento. No pases.
Aquí sólo entran criaturas y hadas”.
Un guiño para Marcelo
Pintura: Elena Gualteriotti
5 comentarios:
Cuanta magia, recuerdo cuando niña era todo un contecimiento el paseo en calesita.
Bso grande Beatríz.;-)
Calesitero soy y ninguna calesita me es ajena. Gracias por el guiño, yo te guiño los dos ojos!
Un beso Beatriz
Hola!!!!
A vos te dejan entrar, porque tienes a tu niña tan a flor de piel, que nadie pude negarse, cuantos recuerdos…………
Un abrazo de oso
"Llora la calesita
de la esquinita sombría,
y hace sangrar las cosas
que fueron rosas un día.
Mozos de punta y hacha
y una muchacha que me quería.
Tango varón y entero
más orillero que el alma mía.
Sigue llorando el tango
y en la esquinita palpita
con su dolor de fango
la calesita...
Carancanfún... vuelvo a bailar
y al recordar una sentada
soy el ranún que en la parada
de tu enagua almidonada
te grito: ¡Carancanfún!
Y el taconear
y la "lustrada"
sobre el pantalón
cuando a tu lado, tirado,
tuve mi corazón.
Grita la calesita
su larga cuita maleva...
Cita que por la acera
de Balvanera
nos lleva.
Vamos de nuevo, amiga,
para que siga
con vos bailando,
vamos que en su rutina
la vieja esquina
me está llamando...
Vamos, que nos espera
con tu pollera marchita
esta canción que rueda
la calesita..."
Te felicito por tu hermoso blog y en especial por esta entrada.
Soy calesitero como Marcelo.
Saludos
Javier
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