miércoles, 6 de abril de 2011

Declaración de amor a María Kodama


Te imagino flotando, elevándote
en las mañanas desde una cama en cualquier
hotel de este planeta, con el desasosiego que acostumbran
los viajeros cuando visitan tierra extraña.
Te veo como descendiendo de un tren,
abriendo tus insólitos párpados
que han fatigado desiertos y crepúsculos.
Esos párpados tuyos, que han contemplado el mundo
desde un globo. Desde su vuelo detenido en las fotografías,
ese paisaje se me antoja un acto de circo.

Luego te diriges hacia el baño, ejecutas
tus obligatorias y cotidianas abluciones. Acaricias
con el menudo peine todo lo largo
de esos cabellos tuyos tan lisos y con canas.
Observas indecisa en el espejo el paso de los años.
Ya no tenemos doce ni quince.
Ya no vivimos el asombro ante cualquier
pasión desmesurada. Yo también he aprendido
a perder esa inocencia.
Y persistimos en conservar el mismo nombre, María.
Todo lo que ahora te digo, tiene que ver
con el tiempo que pasa y la entidad que perdura,
como lo ha dicho la ciega memoria en unos versos.

Te quitas el pijama -si lo usas- Caminas hacia el ropero
impersonal. Escoges algo oscuro, a tono con la melancolía
de una mañana que no es seca ni húmeda.
Luego del perfume detrás de tus orejas tan humanas,
te despides del ancho y solitario dormitorio
hasta la noche, para repetir la odisea de Odiseo.

Deberás explicar en rutinarias conferencias
que el hombre a quien amas todavía, nunca escribió
aquel poema en donde se habla de arrepentimientos,
de viajes y de postres. Te verás obligada a defender
tu derecho a ser eterna. Hablarás sobre las formas
del haikú, doliéndote en tu corazón
por la trampa que somos tu auditorio.
Y nosotros -pedigüeños, terrenales-
no sabremos qué hacer ante tu sonrisa
y la cadencia de tu voz,
ante ese aire de desamparo
que has cultivado con tanta honradez.

Es una lástima, María. La vida continúa
como un rizoma, dispersándose, fluyendo
hacia la mar que es el morir.
La realidad insiste, María, nos ataca,
repitiéndose como en el espejo inagotable de los cuentos.
Seguirán las botellas en los bares,
el sediento alcohol de Poe, las manías del gato de Alicia.
Seguirá la porcelana sobre las mesas,
el ruego en los labios de los judíos.
Continuará la eterna metáfora de Heráclito,
la espada de los héroes, el atrevimiento de ser
aquel poeta menor de una antología suramericana.

Y tú te vas, María, y yo no sé si te amo
en este insomnio que no tiene fin.
Mañana levantarás el vuelo en un avión sin hélices.
Te marcharás a Madrid, a Austin, a Ginebra,
a tu Buenos Aires tan querido y tan odiado,
para repetir tu acto de magia, candorosa,
ante un público que se nos parece.

Harry Almela

Pintura: H. Caballero


2 comentarios:

Marcelo dijo...

Qué hermoso par! Borges con María, y los que has puesto aquí.
Muchas gracias!

ana maria parente dijo...

Un hombre que supo encontrar su inconmensurable grandeza en la grandeza de otro ser -mucho menor-pero equivalente en sus años de eternidad.

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