Le desconcertaban las interminables tardes de los domingos
y la gente que no la miraba a los ojos cuando le hablaba.
Le desconcertaba el hecho de que, cuando contaba pétalos
de margaritas, éstas siempre decían sí.
Le desconcertaba la cantidad de amantes que había perdido
y a los que no añoraba.
No se habían cumplido ninguno de sus sueños.
Le desconcertaba esa buena suerte que tenía.
Le desconcertaba que siempre que quería un taxi,
apareciera uno. Y que hubiera nacido en enero.
Le desconcertaba que alguien pudiera intuir sus complicados
pensamientos de espiral, bibliotecas de Babel borgianas
de privado acceso restringido.
Le desconcertaba por qué dos seres -de repente- se amaban.
Le desconcertaba leer a Karfa por las noches
y Vogue por las mañanas.
Su corazón latía rápido, su pulso se mantenía constante,
sus células seguían alimentándose en la madrugada,
cuando ella descansaba la neurona de la ansiedad.
¿Quién dirigía su cuerpo?
Eso también la desconcertaba.
Le desconcertaba el olor a nata y el cariño de su padre,
que el Correcaminos siempre se burlara del Coyote;
le desconcertaba el perfume a romero y luna de su ciudad.
Le desconcertaba que su sexualidad se despertara
cuando unas manos masculinas
agarraban el volante de un coche.
Manos para vivir en su cuerpo.
Manos bronceadas en su cuerpo color aceituna.
Le desconcertaba el tiempo. ¿Quién lo poseía?
¿Los hombrecillos grises de Momo?
¿Swatch Colección Primavera-Verano?
¿Por qué es lógico vivir de día y dormir de noche?
Le desconcerta que su única luz
fuera el neón de los bares de copas.
Le desconcertaba su atracción por los sacos de boxeo
y el hecho constatable de tener en sus ovarios
partes de sus futuros hijos.
Le desconcertaban los desnudos de Lucien Freud,
los cereales que naufragaban
y se humedecían en la leche mañanera
y el no recordar el agua de colonia de su última conquista.
Aquel tacto rugoso, las venas azuladas de sus abuelas...
¿Cómo podía recordarlo?
Se desconcertaba cuando casi
las tocaba en su memoria.
Dar dos besos a desconocidos
y la cantidad de gente que se habría emocionado, antes que ella,
con la película típica-tópica de Casablanca,
le desconcertaba.
Más le desconcertaba la gente que no se emocionaría.
Le desconcertaba el hecho de que ninguno de los siete
enanitos se propasó con Blancanieves y el que las
prostitutas siempre estuvieran en una esquina.
La infinitud de sus propios desconciertos desconcertaba,
aún más, su delicada mente, desequilibraba sus pilares.
Le desconcertaba que la tarta de cumpleaños sólo tuviera
tres tímidas velitas compradas aprisa en Carrefour...
¿Debería poner veintiocho velas?
Su único deseo cuando las sopló:
seguir siendo una tipa completamente
desconcertada.
Carmen Garrido
Pintura:Jean Pierre Gibrat
3 comentarios:
Si se está desconcertada así a los veintiocho ,en nuestro caso estaríamos en el limbo del desconcierto.
Pensar que con las venas de la abuela todavía no nos hemos desconcertado.
Casualmente el otro día ,escuchando a FRANCISCO ,comprendí que los viejos tenemos que enseñar un poco a los jòvenes que se puede llegar a ser viejo sin desconcertarse.
A mí me desconcierta pensar el motivo por el que usamos las palabras que usamos. Carmen Garrido se desconcertó cómo y cuánto quiso y ahí me deja, en cada uno de estos versos, implicada, enredada, contagiada.
Hay que leerlo.....despacito.
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