Se suele decir que cada edad humana tiene sus alegrías.
Tal vez. Al parecer, se trata de un consuelo para los viejos.
No obstante, la verdad es que la vejez
es la edad que tiene menos de esas alegrías.
Lo sé bien.
La vida se me escurre entre los dedos como las últimas gotas de agua
y no llego a seguir con la mirada a las horas que pasan
y a los años que se van volando sin piedad.
Cuando el hombre nace y prorrumpe en llanto,
lo recogen las suaves manos de la enfermera
para entregarlo a unas manos amorosas,
las más amorosas del mundo.
Estas consiguen devolverle el calor que ha perdido para siempre
en el instante en que ha entrado en nuestro mundo duro y cruel.
Cuando un hombre se hace viejo, suele estar triste.
La gente viene y se va, y el hombre se siente,
cuanto más adelante, más solitario.
Y esa soledad que no tiene consuelo, le va cercando poco a poco.
A medida que se va aproximando el momento crucial,
la muerte empieza a arrancarle el alma del cuerpo
y muere absolutamente solo.
En fin, ¿qué clase de alegrías puede haber en esta edad?
Seifert
Albert Anker
3 comentarios:
CREDO.
Aquí estoy...
En este mundo todavía... Viejo y cansado... Esperando
a que me llamen...
Muchas veces he querido escaparme por la puerta maldita
y condenada
y siempre un ángel invisible me ha tocado en el hombro
y me ha dicho severo:
No, no es la hora todavía... hay que esperar...
Y aquí estoy esperando...
con el mismo traje viejo de ayer,
haciendo recuentos y memoria,
haciendo examen de conciencia,
escudriñando agudamente mi vida...
¡Qué desastre!... ¡Ni un talento!... Todo lo perdí.
Sólo mis ojos saben aún llorar. Esto es lo que me queda...
Y mi esperanza se levanta para decir acongojada:
Otra vez lo haré mejor, Señor,
porque... ¿no es cierto que volvemos a nacer?
¿No es cierto que de alguna manera volvemos a nacer?
Creo que Dios nos da siempre otra vida,
otras vidas nuevas,
otros cuerpos con otras herramientas,
con otros instrumentos... Otras cajas sonoras
donde el alma inmortal y viajera se mueva mejor
para ir corrigiendo lentamente,
muy lentamente, a través de los siglos,
nuestros viejos pecados,
nuestros tercos pecados...
para ir eliminando poco a poco
el veneno original de nuestra sangre
que viene de muy lejos.
Corre el tiempo y lo derrumba todo, lo transforma todo.
Sin embargo pasan los siglos y el alma está, en otro sitio...
¡pero está!
Creo que tenemos muchas vidas,
que todas son purgatorios sucesivos,
y que esos purgatorios sucesivos, todos juntos,
constituyen el infierno, el infierno purificador,
al final del cual está la Luz, el Gran Dios, esperándonos.
Ni el infierno... ni el fuego y el dolor son eternos.
Sólo la Luz brilla sin tregua,
diamantina,
infinita,
misericordiosa,
perdurable por los siglos de los siglos...
Ahí está siempre con sus divinos atributos.
Sólo mis ojos hoy son incapaces de verla...
estos pobres ojos que no saben aún más que llorar.
León Felipe.
Gracias Eva. ¡Qué belleza de poema!
Merece una entrada especial.
¡Qué pases un lindo domingo!
La estoy/estamos esperando.
Gracias.
eva
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