...Entonces él extendió los dedos helados en la obscuridad,
buscó a tientas la otra mano,y la encontró esperándolo.
Ambos fueron bastante lúcidos para darse cuenta,
en un mismo instante fugaz, de que ninguna de las dos
era la mano que habían imaginado antes de tocarse,
sino dos manos de huesos viejos.
Pero en el instante siguiente ya lo eran.
Ella empezó a hablar del esposo muerto,
en tiempo presente, como si estuviera vivo,
y Florentino Ariza supo en ese momento
que también a ella le había llegado la hora
de preguntarse con dignidad, con grandeza,
con unos deseos incontenibles de vivir,
qué hacer con el amor que se le había quedado sin dueño.
El amor en los tiempos del cólera (Gabriel García Márquez)