Cuando esta ciudad me deje de doler,
y yo deje de verla como la sala
de un hospital inhóspito y frío.
Cuando mi memoria se borre
con el barrido de una ola
y tenga que descubrir otra vez
por qué nací en los cerros.
Cuando las calles de esta ciudad
no sean los laberintos oscuros de hoy
aunque los árboles estén amarillos
y el sol no se descuelgue de su lugar.
Cuando me olvide que la risa y el llanto
y mi lamento de animal herido
respiraron casi a mismo ritmo
en esta ciudad que es toda mía.
Cuando el tiempo me gire,
para ser otra vez la niña con sombrero
que corría buscando mariposas por la pampa.
Tal vez, entonces,
tome un bus y vuelva a Puerto Natales,
como una desconocida
que después de cincuenta años,
vuelve a cruzar por la plaza,
sube por calle Valdivia,
y entra a la casa amarilla
de los abuelos que nunca mueren.
Marcela Muñoz Molina
Foto: fotolog.com/zona_natalina